Y llegó ese momento en el que volví a enamorarme. Me enamoré de la vida y me enamoré de mí.
Me enamoro con cada sonrisa de mi hija, con cada uno de sus besos.
Me enamoro cada vez que mis niñas se acurrucan junto a mí
Amo el silencio, la música
El sol, la luna
Amo caminar descalza
El olor a café recién hecho y el de las páginas de un libro
Amo la belleza infinita de la naturaleza,
un árbol centenario, el canto de un pájaro
La buena compañía
La bondad que refleja la mirada de un animal
Reír hasta que duela o llorar de emoción
Amo los pequeños detalles y la gente grandes sentimientos.
Aprendí a amarme como soy y como en realidad me gusta ser, con mis locuras. Con mi sensibilidad unas veces y mi fuerza arrolladora otras.
Sin permitir que nadie me diga lo que está bien o mal. Sin permitir que me digan si tengo edad o no para hacer el loco, para reír o gritar cuando me dé la gana.
Sin que nadie me diga inmadura por demostrar mis sentimientos cada vez que lloro de tristeza, de rabia o de felicidad.
Así que, fui juntando cada pedacito de corazón roto para ponerme de nuevo en pie. Dejé de escuchar personas tóxicas, esos “vampiros energéticos” que te roban la energía. Y empecé a escuchar solo personas que tienen algo bueno que aportar, personas que me hacen reír y crecer.
Dicen que no puedes perderte si sabes dónde vas y yo hoy, tengo muy claro mi camino. Un camino de cosas que me hagan sentir, que me hagan vibrar. Un camino en el que solo quiero la compañía de personas con valores y de buen corazón, dispuestas a amar, aprender y disfrutar cada día.